-No soy capaz de pensar, de inventar historias como lo hacía antes y eso me preocupa. Como siga así, creo que nunca podré ser escritor y eso es algo que me da mucho miedo.
Él estaba sentado en la hierba sin poder parar de arrancar hierbajos con la mano y mirando frustrado hacia algún punto en el horizonte.
Ella estaba sentada a su lado mirándole preocupada, sabía lo mucho que significaba todo aquello para él.
-Cierra los ojos, le dijo ella con determinación.
-¿Qué?
-Ya me has oído, y túmbate. Todo es muchísimo más fácil de lo que realmente lo haces.
Él se tumbo y ella se acercó a el.
-Piensa en algo bonito, céntrate en eso... o no, mejor, intenta poner la mente en blanco.
Estaba tan guapo ahí tumbado que no pudo evitar comenzar a acariciarle el rostro.
-Déjala en blanco y sonríe, así me gusta. Déjala volar, eres incapaz de permanecer quieto durante demasiado tiempo, tu mente actuará de la misma forma. Necesitas estar dándole vueltas todo el rato a las cosas cuando todo es muchísimo más sencillo de lo que realmente crees.
Él permanecía callado dejándola hacer, intentando pensar en lo que podría convertirse en un best-seller. Ella no podía parar de recorrer los rasgos de su rostro con la yema de los dedos mientras le miraba con ternura.
-Las mejores cosas surgen cuando menos te lo esperas y con ello, las mejores historias. Todo acabará llegando y entonces...
Ella se había aproximado peligrosamente al chico sin darse cuenta. Entonces él abrió los ojos y se quedaron así durante unos segundos, tan cerca el uno del otro que podían escuchar sus corazones.
-Sabes que no está bien...
Ella sonrió tristemente y dijo mientras se incorporaba:
-Tienes razón, lo siento. En fin debo irme, ya es hora de ir a casa.
-Espera... Gracias, creo que ya tengo historia.
Ella no dijo nada pues no había nada más que decir.